Como hierro fundido

Mirarle era como una droga. Nunca las había probado, pero sabía que el efecto debía ser parecido. Me encantaba su perfil. Y sus ojos, sobre todo cuando no parecían tristes y cansados. Y su sonrisa. Creía firmemente que lo más bonito que tenía era su sonrisa. Ahora que le conocía podía decirlo.

Le quería tanto que había aprendido a quererle sin querer besarle. Sin querer estar con él. Sin estar pendiente de él. Le quería tanto como él me quería a mi. Eso lo sabía ahora. Quizás debió decírmelo antes. Quizás deberíamos demostrar las cosas a tiempo. Me habría ahorrado lineas. Y rencores. Y preguntas. Me habría ahorrado noches de angustia y mañanas raras, y muchas caras largas.

Pero al menos ahora lo sabía.

Ahora que todo tendría que haber muerto. Ahora que por fin, tenía sentido.

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Déjame que te cuente porqué ahora tiene sentido.

Déjame que te cuente porqué la plaza del negrito se llama "Plaza del Negrito". ¿Sabes? Es por el color oscuro de la estatua del querubín de la fuente, debido al material que emplearon para hacerla: hierro fundido. Ahora ya sabes que no es porque la estatua sea un negrito con pelo rizado.

Déjame que te cuente porqué volvimos allí, justo a aquella mesa. Déjame que te cuente porqué esta historia es cíclica, incoherente, intermitente e interminable.

Déjame que te cuente porqué escribo y cómo te conocí ese jueves.

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-Y entonces ella se acercó a mi...

-¿Qué? No creas ni una palabra de lo que te diga, no fue así. Fue él. Yo estaba ahí tan tranquila con mi amiga.

-Sí, negociando cómo poner un euro al día en una hucha para...

-Pues sí, ¡para nuestro negocio! Entonces os vimos, el friki y el loco...

-¿Qué? Friki por qué? Y loco, ¿yo era el loco? ¿Por qué pensaste que estaba loco?

-¿He dicho loco?

(Maneras de escurrir bultos)

-Pues eso. Entonces se nos sentaron aquellas dos chicas de la noche anterior y yo no quería que se estropeara mi plan para conocerla, así que me levanté y fui.

En ese momento volvió a ser 2012.

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No sabía qué me pasaba con él, pero el sentimiento de felicidad cuando estábamos juntos era proporcional al de un niño la noche de Reyes. Ya no sabía nada de aquéllo. De esos problemas, de esos tachones, del tippex que usé para intentar borrar palabras.

No quedaba nada de aquel odio. No quedaba nada de aquel día de agosto. No quedaba nada que me hiciera pensar que podría haber sido distinto. Ahora que lo entendía, ahora que había dejado de pensar que estaba loco. Ahora que ya no habían excusas ni muros, ni duros legados, ni herencias de mierda.

Ahora que me abrazaba como si se acabara el mundo en ese preciso momento.

Valía la pena vivir por ello. Valía la pena sentir que valió la pena.

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Ahora que lo entiendo todo déjame decirte que jamás lo cambiaría.

Ojalá nuestra historia fuera como la de aquel hierro fundido.

Como la de aquella plaza.

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Imágenes extraídas de Pinterest

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