Aquel vestido gris

Seguí andando.

No sabía bien si hacerlo. No sabía si dar media vuelta y decirle que todo aquéllo de nada sirvió. Que todo acabó siendo tragicómico,  pseudobonito, romántico y dramático. Que fue fantástico, como 'los toros en la wii'. Que fue cálido, incendiario por momentos, eterno, efímero, veloz como una carrera de Fórmula 1, como una parada de Casillas, como un cohete al despegar, como unos dedos haciendo zapping. Que fue ansiedad. Estrés. Como un primer día de rebajas. Como tres chupitos de tequila; que te matan, que te adormecen, que te transtornan y te queman la garganta y el estómago.

Como esos momentos que te hacen temblar. Como tus desayunos con macarons y tus tostadas de mantequilla y mermelada. Como tus cafés solos, los que te tomas de un sorbo un sábado por la mañana antes de trabajar. Como esas carreras cuando pierdes el autobús. Como subir en globo al planeta de ninguna parte. Como un viaje astral o un vino tinto bajo la luz de la luna. Como correr bajo la lluvia. Como un cine de verano.

Pero no lo hice. No me giré. Dejé atrás esa imagen, esa de él con la cerveza en la mano y el rostro paralizado por la sorpresa, agradable o no. Y esa mirada que ya nunca volvería a ver de la misma forma. El hechizo se había roto. Habían dado las doce. La calabaza volvía a ser calabaza.

Y seguí andando pensando en qué habría pensado él. Mi ex proyecto de príncipe azul. Mi amor a medias. Mi todo y nada. Ese que nunca me sacó a bailar un vals, ni tan siquiera un pasodoble. El hombre raro. El homo raris, homo locus, homo anticosasnormalis. Mi pequeño treintañero inmaduro. Aquel que consideraba que lo normal en una relación era que no pareciera una relación, o al menos se lo curraba bastante para que así resultara.

Pero el tiempo pasa. El calor, las hojas, el agua y la gente. Todo se mueve salvo algunos recuerdos. Imágenes de otra vida. Sentimientos que acabas enterrando. El tiempo pasa. Pasa para todos. Hasta para los que tratamos de aferrarlo agarrándolo en un abrazo eterno que muere en cuanto llega en invierno.

Y mientras la calle llegaba a su fin me pregunté si él, después de varias cervezas más, se estaría dando cabezazos contra la pared pensando en lo guapa que estaba, en cómo me brillaban los ojos, en mis andares de niña torpe. En cómo narices pudo dejarme marchar. En qué maldito momento perdió la última neurona que le quedaba y olvidó lo bonito que fue el primer párrafo. Y el segundo. Tal vez lo pensara, pero fuera como fuera, ya era tarde.

Porque aunque doliera reconocerlo, no me hizo falta darle muchas vueltas para ver que, en el fondo (y en realidad) estaba mucho mejor sin él. Aquel vestidogris sacaba lo mejor de mi; y el gin-tonic de más tarde. Y quienes allí me esperaban. Y el calor de aquella plaza, donde todocomenzó y donde finalmente comprendí que había acabado. Y es que a veces hay que volver al inicio para crear un final.

Nunca dejéis de iniciar. Recordad que todo puede volver a ser como un primer párrafo, incluso como un segundo.

d6619be7abc93ae31ea81eeb106f8975

M.

Anterior
Anterior

Como hierro fundido