La chica que lloraba ginebra
Recuerdo que el verano pasado conocí a un chico. Era alto, con pelo negro; de ojos azules y piel clara. Una piel tan clara como los Cullen, pero sin el rollo misterioso ni las luchas familiares. Era sencillo. De cervezas y cacaos. De palabras fáciles y manos sueltas. Vestía como si abriera a ciegas el armario, de esos que sabes que no se arreglan ni por equivocación, pero con un (cierto) encanto personal que conseguía tapar su falta de pasión por la moda.
Era uno de esos chicos que desaparecen cuando sale el sol, por varias citas que tuviéramos. De esos que sabes que no taparían la guerra mundial, ni tan siquiera la civil. Pero era un chico bueno, un buen chico. Por el azul de los ojos se le escapaba más de la mitad de la ternura que guardaba. Sus ojos. Por la sonrisa de sus ojos se intuía la falta de cicatrices, la falta de tiritas.
Recuerdo que un día de ese mes, yo estaba leyendo de cara al ordenador. Estaba totalmente metida en el post del 25 de junio del Manual de un buen vividor, "La chica que lloraba ginebra". De repente una ventana de chat de facebook se abre. "Vale, ya me están fastidiando mi momento con el guardián", eso pensé. No hay cosa que más me fastidie que estar leyendo algo que me apasiona y que alguien o algo lo interrumpa. Me enerva. Lo odio. Y da igual que sea "el chico en cuestión", el Papa de Roma, Felipe VI o Love of Lesbian que vengan a cantarme "Incendios de nieve" en privado (bueno, vale, ellos sí que pueden).
http://www.youtube.com/watch?v=MuFmcUAimNo
El caso es que abrí el chat a regañadientes.
-¿Qué haces?
-Nada, estaba leyendo.
-¿Qué lees?
Le mando el link, guardando una ligera ráfaga de esperanza sobre nuestra hipotética casi imposible relación. "Bueno, igual va y me sorprende..." "igual resulta que finalmente coseguimos compartir algún gusto por algo más que no sea sólo cerveza..." "igual...no sé, va, a ver si lo lee".
Pero entonces recuerdo casi a la perfección algo así:
-...demasiadas letras, no? Casi que mejor me cuentas de qué va...
Recuerdo mi cara de adiós. Me tendría que haber hecho una foto instantánea la web cam, como esas fotografías que te hacen en las montañas rusas con la cara de pánico e histeria. Demasiadas letras. En ese momento supe que el chico de la mirada sonriente no compartiría mi exceso de letras. Creo que el también se dió cuenta, porque mis "jajajas" habituales se transformaron en un eterno "jeje" con bola de polvo incluida pasando por el desierto de las letras, de las demasiadas letras.
Ay. Cuán difícil es conocer a alguien compatible.
En ese momento pensé que para qué me había interrumpido la lectura. Luego pensé que no importaba, que era una exigente insoportable. Que si el chico no quería leer, pues vaya, que no pasaba nada. Que el chico podía ser como le diera la gana, que era una tonta superficial.
Pero es que la guerra mundial había dejado una eterna sensación de exigencia, un continuo "pedir más". Un "que lea, que sea culto, que tenga menos de 32, que tenga sueños y futuro, que sea aventurero pero sensato, mochilero con traje de chaqueta, romántico puntual que no roce nunca lo cursi, divertido, ingenioso, con alguna vena artística" Que no es que sea yo de hacer listas, vaya. Pero es que lo que estaba leyendo me hizo reafirmar mis peticiones. Lo que estaba leyendo marcó ese 25 de junio, y tal vez, varios días más.
XI.
Una noche se quedó mirando una playa.
Y empezó a hablar.
- A veces me da miedo olvidarme de mi padre. Y me enfado con mi memoria. Y ahora como pescado azul como una loca porque leí que el Omega 3 es bueno para la memoria. Ojalá tuviera tu memoria de elefante.
- Bueno, en realidad es un mito eso de que los elefantes tengan buena mem… – traté de puntualizar yo.
- Cállate, merluzo.
Y señaló la playa.
Cuando era pequeña una vez fui en barco con mi padre y con mi hermana Patricia. Ella llevaba un bañador de Minnie bastante ridículo. Estaba muy morena. Negra. Siempre jugábamos a un juego llamado Tiburón. Mi padre paraba el
barco, se tiraba al agua y nosotras nos quedábamos en el barco, en silencio, en tensión, y de repente emergía del agua por el sitio más inesperado. Mi hermana me agarraba fuerte hasta que se le ponían los dedos blancos. Esos segundos sin mi padre eran terroríficos.
Cuando volvíamos le pregunté a mi padre que cuánto me quería. Y no me llames cursi. Pero tenía obsesión por cuantificar las cosas. Me encantaba pensar que el discoThriller de Michael Jackson había vendido 40 millones y me imaginaba a todos los ciudadanos de España, a todos y cada uno de ellos, con un disco de Thriller en la mano. Cuantificar las cosas es importante.
Así que le pregunté:
- Si me cayera ahora al agua, ¿irías detrás?
- De cabeza
- ¿Aunque hubiera tiburones?
- Aunque hubiera tiburones
- ¿Aunque hubiera orcas asesinas?
- Aunque hubiera orcas asesinas.
No me debieron de resultar del todo satisfactorias estas respuestas así que pensé un rato y volví a la carga.
- ¿Y si alguien me secuestrara y me liberara solo si tuvieras que contar TODOS los granos de arena de esa playa?
- Los contaría.
- ¿Todos?
- Uno a uno
- ¿Aunque tardaras?
- Aunque me llevara toda la vida.
Y ya me quedé tranquila.
Ahora mi padre no está. Ya no saldremos en barco. Ya no jugaremos a Tiburón. Ya no saltará por mí si me caigo al agua con orcas asesinas. Pero las playa sigue ahí, intacta, con sus granos de arena. Y a veces se me borra algún gesto de su cara. O el olor de su jersey. Y me pongo nerviosa. Y me enfado. Pero entonces pienso en una playa y me tranquilizo. Porque me acuerdo de ese amor infinito que no borrará ni el tiempo, ni mar, ni el viento ni la lluvia.
Y no, no estoy llorando. Es ginebra esto que me sale por los ojos. He bebido demasiado.
Y yo quiero a alguien que me quiera así. Que cuente todos los granos de arena por mí.
A lo mejor te parece una tontería todo esto.
Algunas personas viven el amor como algo accesorio, como algo secundario. Para otras, supone el centro de todo (o casi todo). Algunas, llegada cierta edad, deciden juntarse con alguien por comodidad, o por conformidad. Otras persiguen imposibles toda la vida, tal vez por el propio miedo a enfrentarse a algo real junto con la posibilidad de perderlo. Algunas exigen poco, piden poco, dan mucho. Otras, todo lo contrario.
Algunas creen en la magia, o en los libros, o en la ciencia. Que el amor es pura química, dicen. Que el amor, tal cual viene, se va, y que si se queda, va variando de forma. Que va creciendo o menguando, que va haciéndote perder tu parte original. Cada cual puede creer lo que quiera del amor.
Yo creo en este texto.
A fin de cuentas, no somos más que las partículas subatómicas de un grano de arena de una playa infinita esperando a que alguien nos cuente.
(La chica que lloraba ginebra)
Lcdlj
Imágenes extraídas de Pinterest
Fuente texto: Manual de un buen vividor
Sigue el blog por Facebook pinchando aqui