Como una Gilmore

Nadie dijo que sería fácil. Qué gran frase tan poco escuchada para empezar, ¿no? El primer post después de casi un mes y empiezo así. Pero bueno... no por ser menos original es menos cierto. Nadie dijo que iba a ser fácil eso de hacerse mayor. Supongo que es como ir en bici, o escribir, o patinar, o toda esa clase de cosas que se aprenden en gerundio y a base de caídas.

Supongo que no por mucho posponer el momento de enfrentarte a una vida de adulta, esta deja de llegar. Siempre llega, ojo. Y cuando menos te lo esperas.

Ayer, en mi segunda tarde-noche sola en casa, sin ganas de cocinar, ni de trabajar, ni de hacer nada más que no fuera poner y quitar fotos de las paredes con Netflix de fondo, quise ir de guay. Bajé. Compré Martini en Mercadona. Y aceitunas. Fui al chino a ver si tenían copas de Martini, pero no. Pensé: «¿Pillo palillos? Bah, no, fijo que tengo».

Subí con una bolsa llena de fruta (si mi madre supiera que, tras tantas peleas por no querer comer, ahora compro y todo… me mataría), la botella y alguna chorrada más: el típico esmalte chillón que no necesitas pero te encanta, y alguna tontería más del mismo estilo.

Puse música de fondo. Bueno, de fondo nada: monté un concierto. Y al ir a servirme la copita... ni palillo ni copa de Martini. Acabé con tres dedos de Martini seco en una copa de cava y una aceituna rellena flotando como un barco a la deriva. Cierro la nevera y me cargo la huevera. «Empezamos bien, María del Carmen», pensé.

Con dos tragos de ese líquido infernal iba ya contenta, tirando a piripi. Claro, has pillado el seco, lerda. ¿Acaso no sabes leer? En fin. Cuando terminé el concierto improvisado, puse Netflix de nuevo: Las chicas Gilmore. Y, claro, la nostalgia hizo acto de presencia.

¿A quién quería engañar con el numerito de chica seria que compra fruta y bebe Martini? Soy yo, la misma pardilla de siempre que ni compra palillos y tiene que meter la mano en la copa para pescar la oliva. La que llega tarde a todas partes, se duerme en los laureles y cuelga pizarras con soportes tipo "cuelga fácil" que a los diez minutos están en el suelo.

La que oye un ruido y se mete bajo la colcha, ese gran repelente de espectros, monstruos y asesinos. La que no puede dormir por las noches pero muere al sonar el despertador. La que se pone cinco alarmas y solo escucha la última. El puto desastre.

Sigo queriendo ser Rory y leer todos los libros de su lista. Sigo queriendo ser Lorelai y montar un hotel. Sigo bebiendo demasiado café, como ellas. Y comiendo un poco mal, aunque, con lo fondona que me estoy poniendo, hoy he empezado a cenar solo verdura y poco más. Bueno, aún no he cenado, la verdad.

Sí, he crecido. Vivo sola. Y tal. Pero sigo queriendo lo mismo de siempre, sigo haciendo las mismas cosas absurdas e incoherentes de siempre, sigo manteniendo los viejos sueños, las viejas canciones, las malas costumbres. Estoy escuchando canciones del año de la picor de El Canto del Loco y ni siquiera sé por qué. De fondo, muy fondo, suena Rosa de España con su “buenas noches señora, buenas noches señora, hasta la vista...”.

La cena sin hacer. El ordenador a punto de apagarse porque me dejé el cargador en el trabajo. Todo lo de mañana por preparar. El móvil muerto. Y yo aquí, escribiendo esto como si fuese urgente dejarlo por escrito. Es un sinsentido, pero es mi sinsentido. Y cómo lo echaba de menos.

La cuestión es que, a veces, la vida parece que no avanza, que se estanca, que se queda en un ensayo de lo que podría ser y nunca llega a ser. Pero cuando menos lo esperas, cambia. Todo se recoloca, como en ese puñetero juego de las sillas en el que quien más corre antes se sienta y, si no, pierde.

Y vaya que sí, nadie dijo que fuera fácil ser mayor y enfrentarse a la vida sola. Pero me siento orgullosa de la raja de la huevera, porque estrené mi libertad con ella. Con esa canción sonando en bucle, con un Martini mal servido y las luces de la cocina como único testigo.

Obvio que los cambios asustan. Pero no hay nada como saber que, tras el desorden, llega un horizonte más claro, más rosa, más real.

No hay nada mejor que ese salto al vacío de alguien que empieza una nueva vida.
Y lo que llegue ahora, tras este mayo tan movido y especial, solo pido que venga contigo siempre en el pack.

Porque gracias a ti —y me da igual quién lea esto— he aprendido que los cambios siempre traen algo bueno: momentos para enmarcar, fotos, canciones, planes y memes non-stop.

Así que cero miedos. Seguiré bebiendo Martini sin palillo, rompiendo cosas, avanzando, saltando, corriendo, en constante movimiento. Porque sin cambios, la vida no sería más que un intermedio constante, lleno de anuncios odiosos y repetitivos.

Que nunca nos dé miedo saltar, avanzar, crecer; decir «te quiero».
Que nunca nos atrevamos a parar.

Porque sin cambios como el que has provocado tú, aún no sabría que hay cosas que sí existen.

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