Alargar el café
Me ha tocado volver aquí, al lugar donde todo esto comenzó.
Lo cierto es que sería injusto decir que empecé a escribir gracias a un día de Antique Café, porque lo mío ya traía cola desde el colegio, cuando escribí un cuento sobre pulpos y otros seres marinos fantásticos que se lo pasaban pipa bajo el mar, y me regalaron un walkman (porque gané, eh!) de Todo a 100.
Red Velvet y café. Cuánto me gusta alargar los cafés. Y mucho más alargar una tarta de Red Velvet.
Noto que una chica me observa descaradamente mientras dejo caer en el suelo la mochila de piel y me recojo el pelo con cuatro horquillas que espero que hagan algún tipo de milagro. Creo que ya debe haber visto hasta el último pelo de ceja que me sobra, y hasta las migas rojas que me quedan entre los dientes. Por dios, odio a la gente que mira tanto. Sí, sé que mola repasar, pero mola más tener una vida propia, y hablar con quien tienes delante, ¿no?
Pasando de la cotilla, que hay que inspirarse.
Saco la agenda de París. Bonita agenda. Pocas cosas apuntadas, la verdad. Es la agenda postureo. Me tienta pasarme por Marzo, recuerdo que un día de esos apunté algo muy ñoño, muy a lo Carrie. Pero soy una tía dura y me meto en Octubre de lleno, pensando en un viaje, una habitación y unos stilettos. Sé que no voy a ganar, pero nunca me rindo, siempre me seducen los concursos, hoy por hoy casi más que los hombres.
Mente en blanco. Cri Cri. He dicho...Cri....Cri...Y luego....Ah sí! Cri...Cri...Cri...
Grillos y más grillos.
Hasta que miro al fondo.
En ese momento habría pagado por llevar encima la cámara de fotos.
En un sitio como Antique todo parece más bonito de lo que es. Eso es así. Aunque la verdad es que ellos dos me habrían parecido tiernos en cualquier otro lugar o contexto.
Debajo del gran espejo blanco vintage que tanto me recuerda al mío heredado, dos ancianos. Se miran con tanto amor que da envidia, envidia de la buena (mentira, la envidia buena no existe). No paran de hablar de sus cosas, se enseñan algo que el zoom de mi mirada no llega a distinguir, pero vete tú a saber, debe ser interesante. En ese momento me acuerdo de la chica que me escaneaba a mi llegada, y pienso para mis adentros que en el fondo, muy en el fondo, soy como ella.
Me pregunto en qué momento comenzaron a ser imprescindibles el uno para el otro.
Me pregunto en qué momento comenzó todo.
Y empiezo a escribir.
-¿Qué estudias, con eso?
Levanto sobresaltada la mirada fija en la agenda-libreta-libro . Estaba tan absorbida que ni me había dado cuenta de la presencia del anciano de pie enfrente de mí. Me mira con cariño, y señala con un gesto mi teléfono móvil.
-¿Estudiar? ¿Se refiere al móvil? Ahh! No, no...
Me acuerdo de mi abuela, y pienso en si ella también pensará que toqueteo tanto el móvil porque me enseña cosas o porque tengo profesores al otro lado del Wi-fi.
Noto que tengo las mejillas rojas y me siento incómoda, como si la vida me devolviera el golpe, ahora me sometía yo otra vez de nuevo al escrutinio. Miro alrededor y doy por hecho que su mujer está en el cuarto de baño. Me siento descubierta, como si hubiera estado urdiendo un plan secreto, una conspiración de las buenas para sacar su historia de amor a la luz. Qué tontería.
-¿Eres de por aquí?
-Sí, no vivo muy lejos...
Me sale de nuevo esa voz de niña buena, la que uso trabajando. Mi voz de cara al público.
-Qué guapa eres. Pareces jóven.
Y me mira con tanta dulzura que por primera vez en mi vida no reacciono a la defensiva ante un piropo. Creo que me mira como si le recordara a alguien. Quién sabe. Quizás a alguna nieta, o incluso a su mujer de jóven.
-Sí, tengo 25 años.
-Estás en lo mejor de la vida, disfrútala, se pasa volando.
Y así, sin más, se ha ido. Con su mujer del brazo.
Con una sonrisa serena en los labios, probablemente sin saber que me ha cambiado el día.
Porque los días siempre pueden cambiar. Y suele ser de un minuto a otro, por algo imprevisto, por ancianos que se cruzan en tu café, o por partículas volátiles que hacen click en tu cerebro.
Porque sé que hay días que todo va en bucle. Sí. Soy consciente de ello.
Que pocas veces tenemos lo que queremos. Que parece que nunca sea ni suficiente ni demasiado, que nunca sea el momento ni el lugar. Ni las personas adecuadas ni deseadas.
Que la comida no sabe igual, como cuando estás constipada. Que las cervezas no llevan suficiente graduación. Que los abrazos no traspasan lo suficiente. Que los besos pierden el valor porque se los lleva el viento, o porque damos tantos que nos olvidamos de distinguir cuáles son de verdad. Que a veces pesan las ojeras porque quieren descargar. Y que las horas de sueño no quitan que alguien falte en tu despertar.
Porque sé que hay nubes y nubarrones. Y gotas que calan. Y amores que matan.
Pero nunca, nunca dejéis de creer en el valor de los cafés y las tartas. Y de los videos viejos del Informal, y de las canciones de La casa Azul. Y de los capítulos que todos nos sabemos de memoria de Los Simpson . Y en Chandler y Joey. Y en las caídas ajenas. Esas siempre animan.
Porque siempre hay historias que vale la pena contar.
Nunca dejéis de alargar el café, nunca sabéis dónde váis a encontrar una de las buenas, ni quién puede cambiar vuestro día.
Y recordad, disfrutad de la vida, se pasa volando.
Sed felices.
Imágenes extraídas de Pinterest
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