Aquel vestido rosa

¿Por qué sientes la necesidad de reescribir tu segundo libro?

Porque no era bueno. Lo miro y me muero de vergüenza. ¿Cómo podía pensar que sí lo era?

No te voy a negar que no fuera cursi. Eras un poco niña.

−Mucho.

−Pero has madurado −dijo Aroa, pongamos que se llama Aroa, aunque no le pegue nada−. Y eres injusta avergonzándote de todo lo que escribiste en el pasado. Injusta contigo e injusta con todas las chicas que te leían y se sentían identificadas contigo. ¿Crees que ellas son unos ridículas?

−No lo pienso. Nunca pensaría eso.

−Pues si ellas no lo son, te aseguro que tú tampoco.

Me he comprado una libreta y un cuaderno. En la libreta garabateo con rotuladores de colores, dibujo flores, personas y montañas, y comprendo todo lo que nunca hablo con nadie. En el cuaderno, pego recortes de revistas y propaganda. La cara de Saramago, un cielo azul, la palabra saudade, una caja de cereales. Junto objetos que no guardan relación entre sí, encadeno letras que no se conocen, las obligo a hacerse amigas y les digo que pueden hacer cosas muy grandes siempre y cuando se mantengan unidas. En cambio, separo un “que” para tener una “q”, una “u” y una “e” sueltas, sólo por si acaso, o sólo por placer. Disfruto cortando un “te quiero” con saña entre la “e” y la “q”, porque si no me lo dicen a mí que no sea de nadie. Egoísta, más que egoísta. ¿En eso me he convertido? Aprovecho cada gota de tinta por si algún día la necesito para comunicarme. Tengo vocales y consonantes metidas en un paquetito que fabriqué con la página de una novela. No es que vaya arrancando páginas de novelas, no. Esto es excepcional. La novela mutilada es una historia francesa que encontré al lado de un contenedor en Carcasona. La cogí pensando que era una señal, pero no sé francés, así que llevaba en mi estantería más de un año cogiendo polvo. Tampoco se acaba el mundo si le quito unas páginas para mis proyectos creativos, pensé (sólo que no lo pensé tan fino, seguro que no pensé en términos de proyectos creativos). Lo que sea en nombre de la inspiración.

Recorto. Pienso más en escenas que en párrafos. Ya no me atrevo con el folio en blanco, necesito movimiento y estímulos para evitar el bloqueo. Y divido. A medida que avancé en el Máster de Creación Literaria que cursé desde octubre de 2022 hasta junio de 2023, noté cómo mi cuerpo y mi cabeza se dividían en dos mitades perfectas. Una de ellas, orgullosa de todo lo aprendido y proyectándose a futuro segura de sí misma. La otra, avergonzada por aprender tantas cosas… tan tarde, después de diez años publicando mis textos en la red. ¿Cómo podía tener tres libros publicados? ¿Cómo podía haber sido tan descerebrada? Había escrito sin saber, sin trazar un plan, sin tener claro ni el tema, ni la estructura, ni nada. Empecé a odiarme -un poquito- por haber sido irresponsable y poco profesional -suena duro, pero así lo sentía-. Quise acabar con todos los post anteriores a 2018 más o menos. Por ejemplo (y sobre todas las cosas), quise que Bienvenido a casa -y otras formas de decirte que te quiero- no existiera. Resté valor a todo mi trabajo. Lo llegué a despreciar. El gran problema es que, queriendo borrar mis libros y mi propio blog, acabé muerta yo. Porque esto, la escritura, no se separa de una. Esto no es una simple cuestión laboral. Silenciando mi voz estaba silenciando mi alma. 

Hace diez años y veintiocho días publiqué mi primer post en La chica de los jueves. Se llamaba Aquel vestido gris. Era un breve relato basado en un amor (y en un vestido) real. Curiosamente, estaba dedicado al chico que, meses después, pasó a ser el hombre gris, igualito que el vestido. Tenía tanto gris que apagaba mi rosa, escribí allá por 2014. Rosa y gris. Siempre me identifiqué con el rosa, pero algo dentro de mí me decía que no estaba bien. Me quejaba de que apagaba mi rosa, pero en el fondo así lo deseaba. Porque ser rosa y ser sensible no estaba bien. Llorar con comedias románticas no estaba bien. Así que, aunque defendía que toda chica podía sentirse como le diera la gana, yo sólo hablaba en público de cosas de tipa dura, de música indie y de películas que no sabía ni de qué iban. Aunque me llenaba las manos de discursos de empoderamiento femenino, yo seguía ocultando información sobre mis sentimientos y mis pensamientos por si era juzgada, considerada débil o, peor aún, tonta. Y dibujaba, igual que dibujo ahora en mi libreta, montones de conversaciones imaginarias. “Mírala, si es que se lo cree todo. Y ahora, por si éramos pocos, le ha dado por el tarot”, “Sigue pensando que él volverá, ¿por qué no le olvidará?, él no quiere nada, se lo ha dicho mil veces”, “¿Por qué se pillará siempre de chicos no disponibles emocionalmente?”, “Es un poco raro que prefiera quedarse en casa escribiendo, no tiene vida y parece que ni le importa”. “¿Y lo de viajar sola? Donde esté compartir tu tiempo con los demás… lo dicho, es rara”. La mayor ironía es escribirle a las mujeres que deben ser libres, que se zampen el mundo, que no tengan miedo y sean ellas mismas, mientras tú te colocas unas esposas y un bozal.

Porque durante muchos años pensé que ser una chica como yo no estaba bien, y ahora sé que lo que más me molesta no es haber publicado libros cuando no sabía escribirlos como una profesional. Lo que más me duele es haber callado tanto tiempo lo que de verdad me apetecía compartir. Supongo que por eso ahora me voy al lado extremo. Y sí, confieso, soy Team Conrad y me flipa ver una serie en la que el sentimiento sea más visible que el desenfreno. Más The summer I turned pretty y menos Élite. Y más Heartstopper, porque me muero de amor con Heartstopper. Y más Barbie: me alucinó Barbie (quiero la sudadera de Ken y a Ryan Gosling en general). Y esta mañana me he emocionado cuando Taylor Swift ha anunciado 1989 TV y después ha cantado New Romantics y New Year’s Day.

Y si a la gente no le gusta, ahí está la puerta. Porque seguiré haciendo, diciendo y publicando lo que me dé la gana. Y seguiré yéndome sola donde quiera y cuando quiera, y quedaré con quien quiera quedar, y me enamoraré del más tonto del reino seguramente, y me ilusionaré como una cría por lo que me quiera ilusionar, sin razonar ni tener que explicarle a nadie punto por punto mi forma de ser y de sentir.

Y cuanto más idiota parezca, más idiota querré ser para que le explote la cabeza a todo aquel que no entienda que a esta vida se viene a arriesgarse, a tener un sueño, un amor, una sonrisa radiante. 

Agradezco a este verano tan rosa que me haya puesto en mi sitio.

Nunca debió ser, ni en realidad fue, un vestido gris. 

P.D. Firma este post Mamen Gómez, que se disculpa con vosotras por las veces que haya podido hacer pequeñito lo que ha sido tan grande. Gracias por estos diez años.